Mi primera maratón

El día 12 de marzo de 2017 fue sin duda una de las carreras en la que menos he disfrutado, una de las que me dió más palos y una de las que se grabó a fuego en mi interior. Posiblemente ese día fuera el día en el que más veces pasara por mi cabeza la palabra “RETÍRATE”, y de hecho es la carrera en la que he llorado, reído, odiado, vuelto a llorar y vuelto a reír. No obstante, tras cuatro horas y poco de auténtica lucha a base de corazón ya que era lo único que tenía realmente entero, de repente todo ese cansancio y emociones, se desvanecieron, y literalmente sentí que flotaba. La historia al completo os la cuento a continuación.

Suena el despertador y mi cabeza me recuerda que mi amiga la migraña estará para acompañarme durante una parte de la carrera. 

Me visto con la ropa que me preparé el día anterior, camiseta color naranja, pantalón negro, calcetines compresivos, tres geles (dos de ellos con cafeína por si acaso), un booster que nadie sabía que llevaba y que me guardaba solo para el final, el chip, gafas de sol y las zapas, que solamente tenían 15 kms hechos en una tirada la semana anterior. 

Me tomo el desayuno y mis nervios están a flor de piel, nunca he hecho más de 21k y estoy a punto de doblar esa distancia… Mi cabeza empieza a sentir miedo, frío… pero nos subimos a la moto y vamos hacia la salida. Aparco y de repente me doy cuenta de que me he dejado la crema antirozaduras. Menos mal que muchos corredores la usan, así que vi a otro corredor que estaba masajeando sus piernas, y le pedí un poco para mi. Me lo presta, empieza el masaje en el pecho para proteger los pezones y de repente unos calores empiezan a subirme… La crema no era ni anti rozaduras, ni vaselina… Otra más a la lista de cosas que no invitan a seguir con la idea, pero tenía que hacerlo, tenía que cumplir con ese propósito que me había hecho a mi mismo tan solo tres semanas atrás, y tenía que lograr cruzar esa meta como fuera.

Me despido de Sandra y voy a mi cajón. Los dedos helados como en todas las salidas, empiezo con mis saltitos pero no paso de dos o tres ya que siento que mi cabeza va a estallar. Miro al cielo, no hace mucho sol pero tiene pinta de que saldrá con mucha fuerza en un rato, y de repente, justo antes de salir suena una de las canciones más impactantes y que más recuerdos me trae de mi abuelo. El Barcelona de Montserrat Caballé y Freddie Mercury. Y así empieza la carrera, con piel de gallina y las lágrimas bajando por mis mejillas sin ningún tipo de control. 

Salgo tranquilo, con cabeza, próximo punto donde veré a Sandra en el kilómetro 10 aprox. así que voy a ir tranquilo, sin prisa, hoy es un día para disfrutar me digo. Primer kilómetro, ritmo de 6 poco, creo que a este ritmo puedo acabar bien, con cabeza Carlos, me digo a mi mismo, y de repente vuelve a pitar el reloj. ¡No puede ser! Me olvidé de cargarlo la noche anterior. 

Un kilómetro más tarde me marca otro 6 poco y de repente se apaga. 

No se si fué lo mejor que me pudo pasar o lo peor, pero en la esquina de Diagonal con Urgell, allà por el km 9 aprox, veo a Sandra animándome. Mi cabeza se quiere retirar e ir a casa que por aquel entonces, estaba solo a una esquina de ese lugar, pero mi corazón dice que siga. Ese fue mi primer gel de moral. 

Desde ese kilómetro hasta el 25 aproximadamente todo iba más o menos bien, fui comiendo, bebiendo, mirando la ciudad, admirando sus calles, sus gentes, viviendo cada metro lleno de aplausos, de gritos, de música, de vida. Porque no nos engañemos, la maratón de Barcelona tiene vida gracias a la gente que apoya en cada tramo.

Y de repente, casi sin pensarlo, allí estaba yo, subiendo por la parte baja de la Diagonal, mirando hacia el otro lado de la calle por donde bajaban los corredores y cruzaban el famoso “muro”. 

Muchos dicen que está antes, otros que después, otros dicen que no sabes lo que es hasta que te das de narices con él y que el mero hecho de llegar allí no significa nada, que allí es donde realmente empieza la maratón de verdad. En mi caso, no me di de frente, se me vino encima como una montaña de arena y roca. 

Desde ahí hasta el Arco de Triunfo sufrí una auténtica agonía. Mis piernas no podían, me paraba y andaba un poco para descansar e intentar volver a trotar, pero me costaba muchísimo. Empiezo a subir Paseo San Juan, la imagen es increíble, impactante, la gente animando y los corredores pasando por debajo del majestuoso arco como si de una meta se tratase. De repente oigo una voz que me llama, y al girarme veo a uno de mis mejores amigos ahí, aplaudiendo y animándome. Creo que ha habido muy pocas ocasiones en que alguno de mis amigos viniera a animarme, y en este momento además era algo más que necesario. Vuelvo a trotar como puedo, segundo gel de moral, estoy ya cerca de la meta pero solo me queda el booster y el subidón (y como no, las lágrimas de felicidad del momento). 

Sigo, bajamos hacia el puerto por Via Laietana, las liebres de 4 horas se acercan por detrás. Hasta el momento no había tenido muchas referencias temporales y ver que iba por delante me da un empujón ya que me confirma que el ritmo que llevaba no era tan alejado del que en un principio me había marcado. 

De repente, llega el paralelo. Y aquí, quiero confirmar que claramente, el paralelo sube. Puede que en un día normal paseando no lo haga, que en un 10k, incluso parezca completamente plano, pero con 36k en las piernas, os aseguro que sube y mucho. Dicho esto, al subir veo a un excompañero de trabajo que va muy castigado y le intento animar. Mi cabeza le dice que ya está, pero mis piernas me recuerdan que aún quedan un poco. De repente aparece Carlos y se pone a mi lado para ayudarme a llegar al final. Yo sigo pensando en mi booster, y voy con él con una única pregunta en mi boca. ¿Sandra dónde está?  El me dice que en la meta pero yo insisto una y otra vez, como si mi cabeza ya no diera para más. LLegamos a la plaza españa y giramos para encarar la recta final. 

Sigo preguntando una y otra vez hasta que me dice, está en ese lado. Entonces sé que ya estoy en la meta. Aún hoy me pongo nervioso al describir esos últimos metros. Me fui hacia ella, y justo delante saqué el booster de energía que me quedaba, el motivo del porque tan solo tres semanas atrás, me decidí a correr esa maratón, aún teniendo un gemelo con una microrotura, aún habiéndome despertado con migraña, aún sabiendo que me tendría que haber retirado en el kilómetro 20 como mucho… 

Bajé mi rodilla al suelo y le hice la gran pregunta. Sandra, ¿te quieres casar conmigo? 

De su respuesta dependía que yo acabara ese día con mi primera maratón o que me fuera a casa con la mayor derrota de mi vida. Pero ese día, no fue el día en que la maratón me ganaría la partida. Tampoco fue el día de conseguir una marca o una medalla más para el medallero. Ese día conseguí mucho más, sin ningún tipo de duda. Conseguí la meta más increíble hasta el momento, y aún, a día de hoy, la recuerdo como si hubiera pasado ayer.

Ah, y los últimos 200 metros hasta la meta tras el gran momento, creo que los hice flotando.

¿Por qué corremos?

Porque me siento vivo, porque me desestresa, porque es saludable, porque quiero mejorar mi rendimiento, porque otros lo hacen, porque me ayuda a perder peso, porque me siento libre, porque sufro ansiedad, porque tengo que…

Es posible que en muchos casos, incluyéndome a mí mismo, todas las respuestas puedan ser ciertas y válidas, pero me gustaría creer que si corremos es por una única y sencilla razón, porque lo hemos elegido así. 

En muchas ocasiones, creo que nos olvidamos de lo que realmente nos hace dar ese primer paso. Antes, para correr no hacía falta más motivación que la de elegir hacerlo, y muy posiblemente, a medida que va pasando el tiempo, encontramos otras motivaciones que nos animarán a seguir incrementando nuestras sesiones, nuestras salidas o incluso nuestros objetivos y retos, pero también nos irán imponiendo la obligación de tener que correr. Por esto mismo, no debemos olvidar que todos empezamos a correr porque elegimos hacerlo.

Y sí, muchos ahora me dirán, sí claro, nadie nos obligó a correr pero en realidad lo hice porque fumaba o porque es sano o por lo que sea. 

Podriais haber ido al gimnasio, pero no fue así, tampoco elegisteis ir a bailar, ni a jugar a fútbol o las mil millones de actividades que también ayudan a todos con esos factores externos que nos hacen salir de nuestro equilibrio físico y mental. De todos ellos elegimos uno, correr. 

En mi caso empecé a correr hace muchos años, de hecho fue en otro siglo y en otro milenio, pero lo curioso es que en aquel entonces no tenía ninguno de esos “porque”, no había ningún motivo aparente, simplemente me gustaba y por eso empecé. Hoy ciertamente tengo otras motivaciones y otros objetivos, además tengo la suerte de ayudar a otros planificando sus entrenamientos y dinamizando eventos en los que les intento ayudar a correr sin pensar, a disfrutar corriendo, y eso también me permite disfrutar de otra manera de correr.

Porque ese debe de ser el único motivo por el que hacemos las cosas, porque nos apetece y porque nos gusta hacerlo. Obviamente, en muchísimas ocasiones no podemos hacer uso de nuestro poder de elección para hacer aquello que nos gusta, pero no me diréis que nunca habéis escuchado la frase “encuentra un trabajo que te guste y no volverás a trabajar nunca”.

Algunos de los corredores que entreno y muchos conocidos me preguntan “¿cuantas series tendría que hacer?” «¿Cuantos kilómetros a la semana?», otros en cambio cuando les dices que le puedes ayudar si quieren, me contestan lo típico de “yo no entreno con entrenador porque me obliga a correr” o la que más me sorprendió “yo no quiero un entrenador porque conozco gente que no disfruta y se agobia”.

Desde luego, si algo no te hace disfrutar, si puedes, cámbialo. 

No todos los seres humanos empatizamos igual, y este puede que sea el kit del porqué no disfrutamos con un entrenador o con su manera de entrenarnos mejor dicho, pero yo corro porque me apasiona hacerlo, y del mismo modo, me apasiona tanto o más, ayudar a otros a que correr sea una pasión común. 

El nivel, la intensidad o los retos son motivaciones secundarias, el objetivo principal siempre debe ser disfrutar.

Compresiva sí, compresiva no…

Cuántas veces hemos visto a profesionales batiendo récords llevando unas increíbles perneras compresivas y hemos pensado, me voy a comprar unas de esas para mejorar mis marcas. O cuantos comentarios de amigos y/o conocidos nos aconsejan su uso porque nos aportarán un mejor rendimiento, etc…, pero ¿realmente funcionan?

Como diría el gran Pau Donés, “depende”. Y en este caso además, no depende solo de según como se mire, si no que hay muchísimos más factores que afectan. 

Lo primero que debemos tener en cuenta es que hay muchos tipos de compresión, normalmente suelen estar categorizados en 4 grados en función de la presión que ejercen o de su densidad, y obviamente no todos tienen los mismos efectos ni todos sirven para todo el mundo. En este sentido, más presión no es mejor si no que incluso puede ser todo lo contrario. Además deberemos tener en cuenta también el tipo de  compresión que ejerce, si es gradual o de otro tipo.

En este sentido, además, el historial lesivo puede tener mucho que decir a la hora de decidir si correr o no con compresivas, que tipo de compresión nos irá mejor o incluso si sería algo a tener como un complemento de uso recurrente o solo esporádico. En cualquier caso, siempre sería muy aconsejable comentar esta decisión con vuestros fisioterapeutas por ejemplo. 

No obstante y por lo general, eliminando de la ecuación a los corredores más entrenados y quitando las marcas más técnicas, categorizadas y con recomendaciones y contraindicaciones explicadas y las patologías y casos más complejos, existen una amplia variedad de productos que carecen de estas certificaciones de presión y que suelen ser compresiones leves o muy leves que obviamente no van a tener ni los mismos beneficios ni las mismas contraindicaciones. 

Pero, y entonces ¿para qué quiero una media de compresión leve si no me ayuda a mejorar mi rendimiento en carrera?

Sin que nadie se moleste, y siendo sincero, no todo el mundo necesitamos una compresiva de 50€ con un grado de compresión de entre 25 mmHg y 35 mmHG. Pero esto no quita que no podamos o debamos ayudarnos de una compresión más leve en algunos momentos. 

En el caso de las compresivas leves para durante el ejercicio uno de los beneficios que nos van a aportar es la reducción de movimientos innecesarios y vibraciones de nuestros músculos. Esto ayuda a que el riesgo de lesionarnos sea un poco inferior y a disminuir nuestra fatiga o mejor dicho, el tiempo de recuperación posterior, una vez finalicemos la actividad. Si hacemos referencia a las compresivas de recuperación para después del ejercicio, el mayor beneficio suele ser ayudar al retorno venoso, por lo que en general nos ayudan a descansar las piernas tras una sesión dura o competición reduciendo el tiempo de recuperación de la misma e incluso a veces se utilizan para largos viajes o estar muchas horas sentado. 

En mi caso, las que más utilizo son las de relajación tras mis sesiones de entrenamiento de trail y mis competiciones. Pero si tengo las piernas un poco cargadas, o el entrenamiento es de alta intensidad, me gusta ponerme un calcetín o pernera durante la sesión, para que me de esa sensación de sujeción y/o seguridad. 

No obstante, como siempre digo, esto es solo una opinión más de las muchas que puede haber y en ningún caso es condición de que sea o tenga que ser así siempre. Cada caso y cada persona es un mundo y ante la duda, lo mejor siempre será consultar a un especialista.

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