Como para mucha gente, este año ha sido un año un tanto extraño.
Al principio nos prometieron que todo mejoraría, que la pandemia no sería lo que fue y nos tomamos esas afirmaciones con ganas y con mucho optimismo. Pero la realidad fue que el virus seguía haciendo estragos, y que para los corredores, las carreras iban a ser un tabú por lo menos unos meses más.
De repente hubo una pequeña luz, las restricciones empezaron a remitir y muchas de las grandes carreras del calendario volvieron a mover ficha. Era el momento de probar suerte en el sorteo para poder correr en una de las pruebas del Ultra Trail de Mont Blanc, pero como era de esperar, no pudo ser, así que, tras el fiasco, decidí ir a la PDA de la Val d’Aran by UTMB, ya que es una carrera con la misma distancia y con un desnivel similar al de la OCC, eso sí, algo más técnica.
A medida que mi gran cita se acercaba, mis nervios y miedos iban creciendo, pero no fue hasta cinco semanas antes que todo se volvió aún más estresante si cabe. Los gemelos no me daban para más, y un dolor punzante apareció de golpe en uno de ellos. Correr era un suplicio y apenas era capaz de llegar a la esquina. Así que de urgencia, y gracias a Eric M. conseguimos hacer una ecografía que nos mostraría si había rotura o no.
Llego a la clínica, y tras la eco, «Negativo, no se ve ningún signo de rotura». Fueron las palabras que más me apetecía escuchar en aquel momento, pero la realidad era que eso tampoco iba a solucionarme el problema. El dolor persistía y tras varias sesiones de fisioterapia, parecía que la cosa iba a mejor, pero el tiempo se nos echaba encima.
De repente me llega un email de la UTMB.
«Con motivo de las restricciones entre países de fuera de la Unión Europea, los días 22 y 23 de junio, se van a abrir nuevas plazas para acceder al UTMB», así que el día 22 a las diez de la mañana, ahí estaba yo delante del ordenador volviendo a probar suerte. Al acabar la inscripción, ya estaba todo confirmado, en un par de meses iba a estar en la OCC del UTMB.
Una mezcla de emociones invadió en ese momento mi cuerpo, por un lado, estaba exultante, había conseguido un dorsal para una de las carreras más importantes del mundo, la cima del trail a nivel europeo y mundial. Pero al mismo tiempo, en dos semanas, tenía la PDA de la Val d’Aran by UTMB, llevaba tres semanas sin poder correr y ahora además entre ambas sólo tendría un mes y medio, que tratándose de estas distancias y esfuerzos, es relativamente poco.
Sin saber aún bien bien porque ni como, el dolor remitió. Quizás fuera algo psicológico, quizás las manos de Eric fueron el milagro o quizás la suma de ambas cosas, el caso es que la última semana y media pude tener sensaciones de correr al menos 45 minutos. Pero el reto era mayúsculo, ¿sería capaz de aguantar los 55 kilómetros?
La respuesta ya la habréis visto en mis redes sociales, en 9 horas y 15 minutos crucé la meta más exigente que nunca había corrido hasta el momento. Y un mes y medio más tarde, volví a enfrentarme a la distancia y volví a lograrlo, aunque esta vez lo hice en 8 horas y 6 minutos, y con muchísimo menos sufrimiento.
Ciertamente, hay mucho que no cuento, o que ya he contado en los posts de instagram y en lo que no quiero volver a hacer hincapié. Pero, me gustaría hablar de un tema mucho más complejo.
En estos meses, he estado más unido que nunca a mi fisioterapeuta, en el cual tengo una confianza ciega y con el que siempre cuento a la hora de saber cómo están mis piernas o cuando siento que algo no está funcionando como debe. Pero además, he tenido la suerte de contar con un soporte en Val d’Aran que sin esperar nada a cambio y estando en su tiempo libre, decidió implicarse en mi carrera como nadie y fue haciendo un seguimiento de mis pasos brutal. Esa persona es Carlos S. «Carlitos», alguien sin el cual posiblemente no hubiera llegado hasta la meta, y que cuando hizo falta, apareció para dar ese empujón psicológico y moral diferenciador.
En Chamonix, me acompañó durante la carrera Sandra V. mi mujer, mi acompañante de viaje a la que le estoy agradecido obviamente por lo que hizo ese día, pero que no es nada comparado con lo que hace cada día. Pero además, fue en Chamonix donde ocurrió algo aún más increíble y es que tuve la gran suerte de poder ser ese asistente y apoyo durante la carrera de uno de los corredores que entreno, Toni B.
Toni se enfrentaba a la UTMB con sus 170 kilómetros de carrera y sus 10000 metros de desnivel acumulado. Y sí, aunque sea su entrenador y hayamos ido siguiendo los pasos semana a semana, creo que íbamos muy por debajo de lo que realmente debíamos ir. No todo el mundo tiene las horas que le gustaría o las necesarias para poder entrenar en concordancia con tan gran esfuerzo, por ello, y basándome en el papel se podría decir que era prácticamente imposible acabar.
El plan inicial era llevarle una bolsa de vida a Champex Lac y luego esperar en meta. Pero tras la primera noche haciendo el seguimiento mediante la app, y viendo las duras condiciones a las que se estaban enfrentando de frío, mi cabeza pensó en esa sensación de soledad que se tiene en las ultras, así que decidimos ir a verlo a la Fouly y desde ahí estar en cada punto de paso.
Y así fue, Sandra y yo le seguimos en carrera de avituallamiento en avituallamiento, preparándole batidos, pidiéndole sopas con arroz, peleándonos con la organización al no saber a qué hora llegaría, incluso velamos sus sueños en algún momento, pero siempre esperando poder ayudar con ese empujón moral. Porque en esos momentos en los que estamos tan cerca del límite, lo que es ideal deja de serlo, el plan establecido puede pasar a ser algo secundario y lo más simple, un abrazo, una broma o simplemente un baile, puede tornarse en algo mágico y poderoso capaz de hacernos seguir dando zancadas hasta el final, e incluso de hacer posible lo imposible.
En mi caso, mirando atrás con la perspectiva necesaria y tras reflexionarlo y analizar todo, saco una conclusión que muchas veces habremos oído o creído pero que no siempre valoramos de la manera que se merece.
A veces, cruzamos la meta por nosotros, por demostrarnos a nosotros mismos que podemos, pero en ocasiones, en los grandes retos, necesitaremos algo más, y es entonces cuando entran en juego las personas. A veces serán los que están en el proceso previo a la carrera, entrenadores, fisioterapeutas, nutricionistas, compañeros de entrenamiento… Otras veces se necesita a quienes están en meta esperándonos para acompañarnos los últimos metros, un hijo o hija, una pareja, una familia, unos padres… Pero no todo queda ahí, habrá veces en las que necesitaremos que esas personas nos acompañen un poco más allá y vengan a vernos durante el recorrido, que pasen frío o incluso sueño… e incluso en ocasiones, por desgracia puede que lo hagamos por quienes ya no puedan estar.
Lo curioso es que siempre, en todo momento, el denominador común de esas grandes metas son, las personas. Son las personas las que nos ayudan a lograrlo.
Por ello, quiero dar las gracias por hacerme ir más allá a quienes me dejan estar y a quienes han estado y estarán.
«Si caminas solo irás más rápido, si caminas acompañado irás más lejos»