Hoy en día existen todo tipo de carreras, ya sea en cuanto a distancia, a desnivel, a tecnicidad e incluso las podemos encontrar por etapas. Pero sea como sea, un evento no será más grande o más pequeño por estos aspectos, si no por el trabajo que se lleva a cabo por parte de la organización para que esto sea así. Y en este sentido, la Hoka Val d’Aran by UTMB es un evento de los más grandes no solo a nivel nacional si no también internacional.
Como corredor siempre miro mucho las carreras en las que me planteo participar, a fin de cuentas, suponen un gran coste y no solo económico, así que el motivo tiene que estar justificado y desde luego un evento UTMB siempre tiene un puntito de más, pero en este caso, tiene mucho más que eso.
Poder correr en la Val d’Aran es uno de los mayores placeres que nos puede dar este deporte. Sus paisajes, sus lagos, sus montañas y bosques son totalmente increíbles además de ser un terreno de los más exigentes que seguro te pondrá a prueba en cada paso que des.
Este año, y tras varios años queriendo, de nuevo he corrido la Peades d’Aigua (PDA) la carrera de 55 kilómetros con 3300 metros de desnivel positivo que sale de Salardú en dirección al “Circ de Colomers” para luego bajar de nuevo hasta Artíes y desde allí afrontar el “Tuc de Meddia” y acabar con una increíble bajada hasta el corazón de Vielha. En su primera edición el recorrido era algo diferente y se salía desde el Pla de Beret recorriendo más zona alta tras el paso por el refugio de Colomers. Sea como sea, el track actual no se pudo completar del todo debido a las inclemencias del tiempo, y el recorrido final se modificó para evitar la última cima por el riesgo de tormenta durante la tarde.
Hay que decir que la carrera para mi fue una mezcla entre cautela y disfrute. Por un lado, la baja carga de kilómetros en los últimos meses, el poco desnivel entrenado y la poca continuidad debido al día a día me hacían estar lejos de donde me hubiera gustado en cuanto al estado de forma, ya se sabe, en casa del herrero… y sumado a esto, el conocimiento de la zona y de su dureza me mantenían con los pies en la tierra y con más calma de lo habitual. El objetivo era muy claro. Acabar.
Por otro lado, llevar tantos años compitiendo y conociendo mi cuerpo me permitía poder gestionar bien mis fuerzas y disfrutar de todos los lugares por donde iba pasando con más o menos una sonrisa en todo momento.
Y es que por mucho que digamos, a veces la competición no está en la clasificación si no en esa lucha interna entre la realidad y la idealización. Ese saber mantener la calma, el famoso no calentarse, el saber ir en el lugar real en el que sabes que puedes ir, sin importar si está bien o mal, porque aunque no lo digamos, en el fondo somos corredores y nos encanta mejorar nuestras marcas o nuestro rendimiento y esto a veces es un arma de doble filo que nos puede jugar una mala pasada.
Saludar en los avituallamientos, dar las gracias a los voluntarios, mirar el paisaje (cuando el terreno me lo permitía) o poder interactuar con otros corredores y corredoras fue clave para cruzar la meta de este reto pero sobre todo para poder disfrutarlo. Además saber que tanto en Artíes como en meta, me esperaba un chute de energía brutal de los dos motores que me hacen seguir cuando las cosas realmente se complican era sin duda la guinda perfecta para este pastel.
A ellas, gracias por estar siempre ahí.
Quizás en el futuro volveré a correr esta carrera, no lo sé, de hecho muy posiblemente, aunque no tenga claro cuando. Sea como sea, si tienes la oportunidad de participar en este evento, da igual la distancia que sea, hazlo. Vale la pena disfrutarlo al menos una vez y enamorarse de nuestras increíbles y majestuosas montañas.

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